22.6.06

El viejo de las flores

Después de varios días dándole vueltas, al final lo he puesto. No estoy del todo convencido aún, así que espero opiniones.

<<Yo salía todas las tardes corriendo de la fábrica para llevarle flores a ella, al otro lado de la ciudad, y, al cruzar el río, recuerdo que me quitaba el hollín de la cara y me peinaba como buenamente podía. Esperaba a que su madre saliera a la tertulia del café para saltar la valla del jardín y dejarle en el alféizar de su ventana las flores. A ella le encantaban las azuzenas, los nardos y las violetas, y yo ayudaba a recoger al dueño de la floristería para conseguirlas.
Las dejaba en el alféizar -decía- y esperaba sentado a horcajadas en lo alto de la valla a que ella saliera a recojerlas. Casi no se dejaba ver, pero te prometo que ese era el instante más feliz, los segundos más bellos del día, en los que soñaba las horas restantes. Era una aparición casi fugaz, sólo una mano a veces, una silueta como mucho, pero créeme muchacho que mi alma se elevaba durante esos segundos.
Dormía soñando con ella, me despertaba, trabajaba, comía, trabajaba, pensando en si se dejaría ver esa tarde más que la anterior. Una tarde ella descorrió el visillo y se dejó ver en todo su esplendor. Casi me caigo de la valla cuando cogió el ramo, lo olió y me miro a los ojos, sonriendo. Volvió a ocultarse y yo me quedé allí, en lo alto, dejando que me cayera el relente, hasta bien pasada media noche.
Una tarde, al fin, saltamos juntos la valla y escapamos. Corrimos de la mano, sin decirnos nada, sin saber a dónde iríamos ni que haríamos con nuestras vidas a partir de ese momento, dispuestos sólamente a amarnos.
El resto de la historia es la vida, trabajo, hijos, nietos...
Pero aquí estoy, como todas las tardes, con sus azuzenas, sus nardos y sus violetas.>>

Todas las tardes a la caída del sol -ya lloviera, tronara, o cayera un sol de justicia- el viejo de las flores se bajaba del autobús y paseaba sonriente por el cementerio hasta llegar a su lápida. Al principio creía que rezaba, pero me di cuenta que no era con Dios con el que hablaba.

Un día me ofrecí a llenarle el jarrón de agua y me contó por primera vez esta historia. Desde entonces, siempre que puedo dejo un hueco en mi trabajo para ir con él.

Uno de sus hijos me dijo que, desde que ella murió, había perdido totalmente el contacto con la realidad. Por la mañana no hablaba, casi ni se movía, no existía. Pero a la tarde se arreglaba y salía a buscar las flores. No sabía nadie de donde las sacaba, siempre las más hermosas que haya visto nunca, porque nunca llevaba dinero encima. Después subía en autobús al cementerio, todas las tardes, con la ilusión en los ojos, como aquel muchacho lleno de hollín.

Siempre me mira como si no me conociera, y yo creo que en verdad no recuerda los días anteriores, porque el viejo de las flores ha parado su tiempo en un sólo día.

Sé que el día que no venga a traerle flores será porque, de nuevo, han conseguido al fin escapar juntos.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

snif snif...

Es preciosa...

Ves? el pequeño joven lleno de hollin tampoco perdió su optimismo...
A pesar de los años seguía sintiendo lo mismo que aquellos días encima de la tapia...

La sonrisa si que es el mejor invento del hombre... pruébala, funciona lo prometo...
y si no, tengo libro de reclamaciones ok?

un beso poseidonero
muaka

MaFo dijo...

bua!...
pfff....

los pelos alcayatados mas dejado :)

Anónimo dijo...

8|
Uaaaa!
De piedra, oiga, de piedra...
Te lo dice una pulga detrás de tu oreja.

curianilla dijo...

joder maese, me he quedao cuajá! que historia más tierna y más bonita! siga por favor escribiendo cosas asi!! me encanta! un beso.

Anónimo dijo...

...

:)

Genial.


La culpa de todo, como siempre, la tuvo aquél primer cruce de miradas.


Me encantó ;)

MaFo dijo...

ostia que solo te marcas en metaforista más wapoooo!

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