24.2.10

La insoportable duplicidad del ser


Aquel hombre sentado en la última fila del bus era, sin duda, yo mismo.


Sucedió que me encontraba yo sentado en una parada de bus vacía viendo pasar los coches y sus usuarios, entretenido en el descarado intercambio de miradas con personas que no se detendrían a reprochármelo.
Pasó el bus, uno que no era el que yo esperaba, y que no paraba alli, y, viendo pasar las caras en ordenada sucesión de filas de asientos, me vi.

Sentado justo al final, y entretenido en el descarado intercambio de miradas con personas que se encontraban fuera del bus, y que no se subirían, estaba mi otro yo. Me vio sentado en la parada solitaria y me miró fijamente, porque supo que aquel hombre sentado en la parada de bus era, sin duda, él mismo.

Corrimos a nuestro encuentro. Yo corrí detrás del bus esperando a que alcanzara su próxima parada. Él saltó de su asiento -yo estaba seguro de que así fue- y accionó el pulsador de "parada solicitada". Miró atrás nervioso y pudo verme corriendo tras el bus, cosa que él ya sabía a ciencia cierta que yo haría.

Los metros y los segundos se hicieron insolentemente largos hasta que, finalmente, el bus paró. Mi yo exterior llegó justo en el momento en el que el bus partía de nuevo, dejando un montoncito de personas esparcido en la parada, que no tardaron en dispersarse.

Di las últimas zancadas, resoplando, al tiempo que la parada quedaba vacía.
No se había bajado, y, apostado junto a la puerta, me miró mientras se alejaba.

Había cambiado de opinión en el último momento.

Quizá no debíamos alterar el orden del universo, o, tal vez, no podría soportar una verdad que cambiara radicalmente su concepción del mundo.

Yo, que me conozco, creo que al final le dió un poco de corte.


5.2.10

Alfonsina


Bien pudiera ser que todo lo que en verso he sentido

no fuera más que aquello que nunca pudo ser,
no fuera más que algo vedado y reprimido
de familia en familia, de mujer en mujer.

Dicen que en los solares de mi gente, medido
estaba todo aquello que se debía hacer...
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
de mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...

A veces en mi madre apuntaron antojos
de liberarse, pero, se le subió a los ojos
una honda amargura, y en la sombra lloró.

Y todo esto mordiente, vencido, mutilado,
todo esto que se hallaba en su alma encerrado,

pienso que sin quererlo lo he libertado yo.
Alfonsina Storni, Bien pudiera ser
Conocía la canción y la historia de Alfonsina y el Mar, pero de nuevo Mercedes me la ha recordado con la intensidad que ella sabe transmitir y he visto conveniente compartirla.



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