Hace casi cuatro años escribía esta entrada:
De como estar a punto de quedarse sin vehículos, y en ella contaba los sucesos de la noche del 4 de Septiembre de 2006 en el garaje donde tenía alquilada una plaza.
Creo que ha pasado tiempo suficiente como para poder contar la verdad sobre este acontecimiento sin que nadie deje de cobrar del seguro. Por si acaso aclararé: todo lo escrito en este blog debe ser considerado ficción.
***
AQUELLA MAÑANA, como todas, salí de casa en dirección al garaje para coger la moto e ir al trabajo. No fue hasta estar bien cerca de la entrada cuando me percaté de la pequeña multitud que allí se congregaba, y, casi bajando la rampa, olí el plástico quemado y vi el hollín que lo impregnaba todo. No ando muy bien de reflejos por las mañanas.
El hombre de la
moto CSR -solíamos coincidir y hablar de motos- me paró y yo fui despertando mientras me contaba que se había incendiado el garaje esa noche y que su moto se había quemado. Esa fue, finalmente, la bofetada que me hizo reaccionar y bajar corriendo la rampa en busca de mi pequeño y preciado parque móvil.
El humo se había disipado casi por completo pero quedaba un intenso olor a plástico quemado y a otras sustancias igualmente tóxicas. Me tapé la nariz con el cuello de la camiseta mientras bajaba en la más completa oscuridad, ya que ni las luces funcionaban ni las paredes ennegrecidas eran capaces de reflejar la luz del exterior.
Conforme se fue acostumbrando mi vista, vi como la carcasa de plástico que cubría uno de los neones del techo se había derretido, formando una enorme comba que casi llegaba al suelo. Los coches más cercanos a la entrada estaban llenos de polvo blanco (de los extintores o lo que sea con lo que los bomberos habían apagado el fuego) y hollín, pero sanos y salvos.
Casi de sopetón me encontré con mi moto, ya que estaba desplazada de mi plaza de garaje y ocupaba casi medio paso de vehículos. Estaba negra, llena de hollín, pero sana y salva. En ese momento -no se muy bien por qué- di por hecho que habían sido los bomberos los que la habían movido.
La primera impresión que me dio mi coche fue bastante alarmante. Sobre el capó habían caído varios trozos de escayola del techo, y una pegajosa capa negra cubría totalmente los cristales y la chapa.
Limpié el hollín del parabrisas con la mano e inspeccioné el interior: todo estaba aparentemente bien. Miré a la izquierda y vi el Atos azul del aparcamiento contiguo: el fuego le había entrado por el costado izquierdo pero no habían llegado a reventar los cristales del otro lado. Gracias a eso se había salvado mi coche.
La CSR de mi amigo tenía toda la parte delantera calcinada. Quedaba la llanta sin goma, el reflector del faro con restos de cable derretido y el manillar convertido en un trozo de hierro. Medio depósito se había quedado despojado de su pintura negra.
Detrás suya estaba el esqueleto de lo que parecía un scooter, totalmente irreconocible. Y junto a él, otros dos coches abrasados.
Salí finalmente a la calle a respirar aire puro. Subiendo la rampa me tropecé con una placa de matrícula cuadrada. Una vez afuera supe, por el relato de un hombre con pantalones azules llenos de pintura, que los bomberos habían rescatado esa placa para poder identificar su moto. Él era el dueño del amasijo de hierros que hasta anoche había sido una Yamaha Cignus 125 y, desesperado, nos preguntaba que quién le iba a pagarle ahora su único medio de transporte. El resto de vecinos hablaban del seguro y me indicaron que no tocara nada por que la Policía Judicial estaba al llegar.
***
LA POLICÍA JUDICIAL se tomó su buena hora en aparecer, en un austero y vetusto Fiat Punto blanco. Se bajó el conductor con una enorme linterna en la mano. Tenía el característico aspecto de agente veterano -inconfundible aun vistiendo de paisano- que ronda los cincuenta y cinco, con pelo blanco y gran suficiencia.
En el asiento del copiloto iba un joven agente que, en contraste con el experimentado sabueso de su lado, era la viva imagen de la inexperiencia.
Llevaba un portapapeles en la mano y empezó a tomar nota de los datos que ya recaba el otro agente -el experto.
Allí se encontraba el vecino de arriba que, alertado por el humo, había llamado a los bomberos a las cuatro de la mañana. Se daba la incómoda circunstancia de que había sido yo el último en pasar por allí, a las dos de la mañana. Me estrujé una y mil veces los sesos recordando uno por uno mis gestos y no tenía duda alguna de haber cerrado bien la puerta al salir. Así se lo aseguré a los agentes.
Había llegado el momento de bajar a inspeccionar el escenario de los hechos. Advertido por los vecinos de la ausencia de luz, el veterano agente le pidió a su compañero que bajara el Fiat con las luces encendidas.
Los vecinos nos miramos preguntándonos si nos estaba permitido bajar con los agentes, cosa que -saltaba a la vista- estábamos todos deseando.
El Fiat Punto bajó muy despacio al rampa. Las luces largas se fueron dibujando en el aire, tamizadas por la neblina del polvo y el humo.
Escoltando al coche, el agente veterano esgrimía la linterna creando un tercer halo de luz móvil sobre el aire, y, detrás, íbamos la comitiva de vecinos y curiosos. La escena no tenía precio.
Finalmente el coche se detuvo junto a mi Clío, apuntando con las luces las motos y los coches víctimas de la tragedia. Se bajó el agente joven a reunirse con su compañero junto a los restos del scooter.
- ¿Ves? -dijo el veterano apuntando con su linterna a un gran desconchón del techo- Aquí es donde ha estado el fuego más tiempo activo. El calor ha tenido tiempo de quemar la escayola el techo.
Todos asentimos satisfechos con la lógica de aquella explicación, como turistas curiosos que se acercan furtivamente a escuchar las explicaciones del guía de otro grupo.
-El fuego empezó entonces en esta moto, y se fue propagando a los vehículos cercanos.
El dueño del scooter, sintiéndose aludido, dio un paso adelante. El agente le hizo algunas preguntas. Descartado cualquier descuido del castigado propietario -como dejarse la moto en marcha, las luces encendidas, y otras teorías igual de poco probables- la hipótesis sobre el inicio del fuego quedaba en el aire.
Un nuevo dato salió a la luz, de la mano del vecino que avisó a los bomberos: la puerta estaba cerrada con llave cuando llegaron, así que o bien la moto ardió sola o el que fuera que provocó el incendio tenía llaves para entrar, y cerró la puerta antes de huir.
El dueño de la CSR alguna vez me había comentado que había notado que le robaban gasolina por las noches, y que seguro que eran los chavales que aparcaban los ciclomotores al final de la rampa, en unos locales aparte que hay antes de la puerta automática que da acceso al garaje.
Pero ni él quiso insistir mucho en esta teoría, ni quisieron los agentes meterse en más especulaciones, y, tras algunas fotos, la policía judicial consideró que ya tenía suficiente para elaborar su informe. Al fin y al cabo, como deduje después, aquella inspección debía ser un mero trámite para todo el papeleo de los seguros.
Desaparecieron los agentes y apareció el dueño del garaje para calmarnos a todos, asegurando que el seguro del garaje se haría cargo sin duda de todos los daños.
Nos dijo a los dueños de los vehículos menos afectados que podíamos llevarnos los coches a lavar, que el seguro se haría cargo de los costes.
***
FINALIZADO EL CIRCO, bajé dispuesto a llevarme la moto para darle un buen fregado. Le di con un trapo al sillín y me subí para arrancarla. Hice varios intentos pero el motor de arranque giraba sin que comenzaran las explosiones. Eché mano al grifo del carburador y vi que estaba puesto en posición de "off". Por la misma lógica absurda de antes, pensé que habían sido los bomberos.
Giré el grifo y arranqué. Saqué la moto dando tirones y a las pocas calles se volvió a parar. Sacudí un poco la moto: el deposito estaba prácticamente vacío.
¡Me habían robado la gasolina!
Por eso estaba mi moto desplazada: como la dejaba aparcada pegada al frontal del coche, el ladrón (o los ladrones), tuvieron que moverla para poder acceder al tubo por el que baja la gasolina al carburador. Una vez sacado el tubo, sólo tenían que poner un recipiente debajo y dejar que cayera el combustible. Habían tenido el detalle de cerrar el grifo del carburador al terminar.
Seguramente repitieron la misma operación con la CSR y, al intentarlo con el scooter, no lo tuvieron tan fácil. Me imagino que, debido al nerviosismo, o bien cometieron el error de iluminarse con un mechero, o alguien se encendió un cigarro, ignorando los vapores inflamables que salían de la garrafa.
Me di cuenta de que al ser mi moto la única que no había ardido, yo era el único con una prueba del robo de gasolina, o lo que es lo mismo, el único que sabía la verdad sobre el incendio.
Muy nervioso y sin saber lo que hacer, se me ocurrió llamar al dueño del garaje para ponerle al corriente de mis descubrimientos. Muy excitado, le relaté todos los detalles, y me dejó terminar la historia sin dar aparentes muestras de entusiasmo. En su lugar pude percibir algunos mohínes (telefónicos) de preocupación. Tartamudeó un poco sin saber como empezar su réplica.
- En realidad... bueno... sería conveniente... no sería bueno que... la policía supiera... el seguro ya ha dicho que va a pagar ¿sabes?... tampoco hace falta que...
Recordé al hombre de los pantalones azules manchados de pintura, al vecino de la CSR y al resto de propietarios. Ni a ellos, ni al dueño, ni a los agentes de la policía judicial, les interesaba lo mas mínimo saber la verdad. Los afectados tendrían su dinero, el dueño podría pintar y arreglar los desperfectos, y los agentes tenían su informe.
Decidí entonces guardar la verdad para mi y no entorpecer la marcha de una máquina burocrática que sólo sabe caminar en linea recta.
Quizá dentro de cuatro años, pensé, pudiera contar la historia.