
Decidí separarme del grupo para, acercándome al borde de la cresta, intentar otear el valle en busca del sendero perdido. Fue entonces cuando, al rodear una peña, me encontré con él.
Me quedé quieto como una piedra al ver la impresionante cornamenta que lucía aquel bicho. Si me había visto y se sentía acorralado, podría cargar contra mí. Pero no me había visto.
Con mucho cuidado saqué la cámara de su funda, la encendí y le encuadré muy despacio. Dos fotos. Adelanté una pierna, procurando no hacer ruido con las lajas sueltas, y di un paso alante. En ese momento empezó a balancear la cabeza moviendo las cuernas como aspas, y le tiré la foto que están viendo.
Debió de escucharme o de olerme, porque emprendió el trote hacia el borde del precipicio y desapareció.
1 comentario:
pero que cabron! ;) El otro día en alfacar estaban allí, en la carretera, están tan humanizadas...
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