Aquel hombre sentado en la última fila del bus era, sin duda, yo mismo.
Sucedió que me encontraba yo sentado en una parada de bus vacía viendo pasar los coches y sus usuarios, entretenido en el descarado intercambio de miradas con personas que no se detendrían a reprochármelo.
Pasó el bus, uno que no era el que yo esperaba, y que no paraba alli, y, viendo pasar las caras en ordenada sucesión de filas de asientos, me vi.
Sentado justo al final, y entretenido en el descarado intercambio de miradas con personas que se encontraban fuera del bus, y que no se subirían, estaba mi otro yo. Me vio sentado en la parada solitaria y me miró fijamente, porque supo que aquel hombre sentado en la parada de bus era, sin duda, él mismo.
Corrimos a nuestro encuentro. Yo corrí detrás del bus esperando a que alcanzara su próxima parada. Él saltó de su asiento -yo estaba seguro de que así fue- y accionó el pulsador de "parada solicitada". Miró atrás nervioso y pudo verme corriendo tras el bus, cosa que él ya sabía a ciencia cierta que yo haría.
Los metros y los segundos se hicieron insolentemente largos hasta que, finalmente, el bus paró. Mi yo exterior llegó justo en el momento en el que el bus partía de nuevo, dejando un montoncito de personas esparcido en la parada, que no tardaron en dispersarse.
Di las últimas zancadas, resoplando, al tiempo que la parada quedaba vacía.
No se había bajado, y, apostado junto a la puerta, me miró mientras se alejaba.
Había cambiado de opinión en el último momento.
Quizá no debíamos alterar el orden del universo, o, tal vez, no podría soportar una verdad que cambiara radicalmente su concepción del mundo.
Yo, que me conozco, creo que al final le dió un poco de corte.